La igualdad de género no es solamente un derecho humano fundamental, es, además, una piedra angular para alcanzar el desarrollo sostenible. Se trata de garantizar que todas las personas, sin importar su género, tengan los mismos derechos, responsabilidades y oportunidades. Al mismo tiempo que se pueda erradicar cualquier forma de discriminación que limite o desafíe su potencial.
Históricamente, los problemas fundamentales que han dado lugar a la inequidad de género están estrechamente vinculados a la distribución desigual del poder económico, una dinámica que se intensificó con la industrialización y el establecimiento de las economías de mercado. Sin embargo, el análisis de la desigualdad de género en las ciencias sociales tiene raíces anteriores al siglo XX. Mary Wollstonecraft, en su influyente tratado de 1792 Vindicación de los derechos de la mujer, argumentó que la falta de acceso a la educación y las oportunidades condenaba a las mujeres a un rol de subordinación. Asimismo, en 1869, John Stuart Mill publicó The Subjection of Women, defendiendo la igualdad de las mujeres en el contexto de la sociedad victoriana.
No obstante, fue en el último cuarto del siglo XX cuando el estudio de la desigualdad de género se consolidó como un campo formal de investigación en las ciencias sociales, impulsado por los movimientos feministas y las teorías de género. Estas corrientes comenzaron a cuestionar las estructuras patriarcales desde una perspectiva crítica e interdisciplinaria, estableciendo nuevas bases para la investigación académica y el activismo social.
Entre los múltiples factores que contribuyen a la desigualdad de género, varios autores han identificado dos elementos centrales: la división sexual del trabajo y el sistema de parentesco. Por un lado, a las mujeres se les ha asignado tradicionalmente el rol de cuidadoras domésticas, lo que las ha relegado a una posición subordinada en términos de poder y oportunidades. Este fenómeno ha sido perpetuado y exacerbado por factores culturales, religiosos, políticos y económicos. La división sexual del trabajo no solo organiza las tareas de reproducción y producción, sino que también influye en las relaciones de parentesco, consolidando sistemas jerárquicos que sitúan a las mujeres en una posición de dependencia frente a los hombres, tanto en el hogar como en el ámbito socioeconómico.
En el medio rural, el sistema de parentesco, junto con las tradiciones comunitarias, ha restringido aún más los derechos de las mujeres, ampliando la brecha de la desigualdad de género. A pesar de estos obstáculos, las mujeres rurales desempeñan un papel vital en la transformación de sus comunidades a través de actividades como la agricultura ecológica, el cuidado y cría de animales de traspatio, la gestión del hogar, la recolección de agua y la configuración del paisaje mediante jardines y viveros. Además, son guardianas del saber cultural, transmitiendo el lenguaje, el conocimiento popular y revitalizando las normas, tradiciones y conocimientos ancestrales que van desde técnicas agrícolas y medicina tradicional hasta la preparación de alimentos, la preservación de ritos religiosos y valores sociales.
Sin embargo, aunque estas funciones son esenciales para la supervivencia y cohesión de las comunidades rurales, no son reconocidas ni valoradas económicamente. Esta falta de reconocimiento acentúa la desigualdad de género al invisibilizar la contribución de las mujeres al bienestar y desarrollo de sus comunidades, limitando su acceso a oportunidades y recursos claves que podrían potenciar su empoderamiento y, en última instancia, reducir la brecha de género. Como indica Boahne (2021) estas limitaciones provocan que las mujeres rurales carezcan de las habilidades y experiencia necesarias para su desarrollo y empoderamiento.
El empoderamiento de las mujeres rurales hace referencia al proceso mediante el cual se les otorgan las herramientas necesarias para tomar el control de sus vidas, ejercer plenamente sus derechos y alcanzar su máximo potencial, tomando decisiones informadas. El empoderamiento es un proceso determinante y necesario para reducir la brecha de género en el medio rural, al mismo tiempo que constituye uno de los pilares fundamentales para el desarrollo rural sostenible. Estudios recientes han identificado tres factores claves estrechamente interrelacionados, que definen el empoderamiento de las mujeres rurales:
1. El fortalecimiento de capacidades: a través de procesos formativos que permiten la adquisición de conocimientos y el desarrollo de nuevas habilidades, se fortalece la posición de las mujeres. La capacitación técnica y el desarrollo de habilidades se han convertido en una de las necesidades más importantes de la sociedad actual. Estos procesos facilitan el acceso a los recursos económicos y a los servicios financieros. Según Bennell (2021) las mujeres siguen estando subrepresentadas en los programas de capacitación empresarial formal, lo que limita sus opciones de empleo, sus retornos financieros y su progreso profesional a largo plazo.
2. El acceso a recursos económicos y servicios financieros: se definen como un medio importante para abordar el desequilibrio de género: Garantizar que las mujeres tengan acceso y control sobre los recursos mejora su bienestar y refuerza su posición de poder tanto en las familias como en las comunidades. Un mayor acceso a recursos económicos les otorga más poder en la toma de decisiones personales, familiares y comunitarias, lo que lleva al tercer factor.
3. El liderazgo en la toma de decisiones comunitarias: al participar activamente en la toma de decisiones dentro de sus comunidades, las mujeres rurales también asumen nuevos roles de liderazgo en asociaciones y cooperativas, o puestos directivos y de gestión en el gobierno local. Esto no solo fortalece su posición, sino que también a mejorar la cohesión económica y social comunitaria, aspectos claves que contribuyen a la consolidación del capital social.
El desarrollo sostenible no puede lograrse sin el empoderamiento de las mujeres y este no es posible sin la igualdad de género, factor determinante para crear un mundo sostenible. Las mujeres están reconfigurando las dinámicas culturales con un enfoque de género inclusivo y equitativo, transformando las sociedades mediante la creación de nuevas prácticas que se adaptan a los retos y desafíos del mundo rural actual.
Sin embargo, a pesar de su papel crucial, las mujeres enfrentan desafíos significativos, agravados por las crisis alimentarias y económicas globales, así como por el cambio climático. Para mitigar estos obstáculos, las políticas de igualdad de género deben diseñarse considerando factores específicos del entorno, como el desarrollo económico, la gobernanza, las normas culturales y las tradiciones de cada territorio.
Autora
Lismaryin Requene
Rural Women
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